Obras completas de Epicuro

Recientemente he tenido el placer de tener de visita a un antiguo compañero de trabajo en casa. Ambos coincidimos en una de estas compañías donde todo el mundo quiere trabajar pero que, una vez dentro, a uno a veces acaba por quemarle. Él sigue allí y, entre otras cosas, ha dedicado parte de su estancia a informarme de los últimos sucesos que ocurren por la oficina. Al escucharle, si bien echaba de menos a algunos compañeros, me reafirmaba en la decisión que tomé al dejar esa empresa y de lo feliz que me encuentro en estos momentos. Y es la felicidad y su conquista el tema principal del filósofo que vamos a hablar hoy: Epicuro. Lo haremos a través de sus Obras completas, volumen editado por Cátedra en su colección de Letras Universales.

Epicuro nace en el año 341 a.C en la isla de Samos. Tras un recorrido por varias ciudades el filósofo acaba llegando a Atenas donde reside hasta su muerte en el año 270 a.C. En aquellos años Atenas no pasaba por sus mejores momentos. Epicuro se refugió en un jardín que la tradición llegó a poner a la misma altura que el que pisaron Adán y Eva. Séneca comentaba que a la entrada había una inscripción que rezaba lo siguiente: “Aquí te hallarás a gusto, huésped, aquí el placer es el bien supremo”. La obra de Epicuro ha sido largamente comentada y, en algunos casos, deformada. Intentemos, por tanto, aclarar un poco los malos entendidos.

Epicuro fue un autor bastante fecundo. Sin embargo de sus obras sólo nos han llegado 3 cartas, 40 máximas y fragmentos de alguna de sus obras. La idea principal que subyace de los textos de Epicuro, y por ende la regla máxima del epicureísmo, es la dedicación del ser humano al placer. Esta idea ha sido muchas veces malinterpretada al describir a los seguidores de esta doctrina como unos depravados. Si hay una idea que quiero que quede clara en este post es la de que esta concepción es totalmente errónea. De hecho, basta con leer al propio Epicuro para darse cuenta que el escritor era un defensor de la moderación y la templanza. ¿Por qué, entonces, semejante malentendido?

La respuesta parece sencilla. Las ideas de Epicuro puede parecer banales hoy en día. Sin embargo, en su época, eran bastante revolucionarias y casi anárquicas. Epicuro no es un filósofo blasfemo. Cuando alude a los dioses lo hace desde el más profundo de los respetos. Sin embargo sí que anima al individuo a tomar las riendas de su propio destino. Su suerte no está escrita en la superstición o los caprichos de Zeus. Todos nosotros tenemos la posibilidad de ser dueños de nuestro propio destino. Por simple que pueda parecer esta idea no lo era tanto en la Antigüedad donde, por el mero hecho de nacer en una u otra familia, estabas ya determinado de por vida a realizar un papel. Y a los que se rebelaban contra el orden establecido, como Sísifo o Prometeo, eran castigados por los dioses.

Pero si podemos ser dueños de nuestro propio destino ¿qué es lo que debemos hacer? Para Epicuro la respuesta es fácil. El fin último de la vida debe ser la consecución de la felicidad. Este es el bien último. ¿Y qué es la felicidad? Simplemente es lo que nos causa placer. En sus propias palabras “El placer es el bien último”. Y es aquí donde otros, en un deseo de desacreditar esta otra idea peligrosa para el orden establecido, hicieron de Epicuro una caricatura mostrándole como un ser que se dejaba llevar por placeres licensiosos y orgiásticos. Nada más lejos de la realidad. Basta con leer sus textos para darse cuenta que el término mesura es muy importante en su sistema filosófico. En una de sus máximas dice “El sabio ha de ser comedido en la mesa”. Y en otra: “Por placer no entendemos los deleites carnales de los depravados. No confundas tú también nuestra filosofía. Busca la sobria mesura como fundamento de una vida feliz”. Es decir, el placer es la ausencia de dolor en el cuerpo y de inquietud en el alma.

Además Epicuro es uno de los primeros en advertirnos de que la ambición del ser humano es, posiblemente, el primer paso hacia la infelicidad. Debemos ser trabajadores honrados que nos esmeramos por hacer bien nuestro trabajo y tener el reconocimiento de nuestra familia y amigos. Ahora, si buscas fama social entonces puede que las cosas te vayan a ir muy mal. De hecho advierte en otras de sus máxima que la fama no es garantía de seguridad. Epicuro vuelve a llamarnos la atención en todas sus obras de que lo que más importa en la vida es algo que se encuentra al alcance de todos nosotros, sin importar nuestra clase social.

Antes de concluir me gustaría hablar de otro tema de la obra de Epicuro que le hacía peligroso a los ojos de los poderosos. Como buen griego Epicuro estaba preocupado por temas sociales y de justicia. Este tema es de vital importancia para los filósofos griegos, animales sociales por naturaleza. Normalmente el tema de las leyes los filósofos/ideólogos lo organizan en torno a un Bien supremo, un bien que ellos han puesto ahí por adelantado y que justifica el resto de sus ideas. Epicuro no cree en esta opción. Para él “la justicia no es un bien innato, sólo un acuerdo social”. Y en otra dice que “una ley justa es aquella que es conveniente para la comunidad”. Es decir, no debemos mirar lo que la religión o el poder nos manda. Debemos darnos a nosotros mismos las reglas del juego con las que queremos jugar.

La influencia de Epicuro en la filosofía y el arte en general posterior ha sido enorme, pese a la propaganda en su contra. Citaré tres. La primera es el libro La conquista de la Felicidad, del filósofo y matemático inglés Bertrand Russell. Este ensayo imprescindible está dividido en dos partes. En la primera el filósofo analiza las causas de nuestra infelicidad, esas cosas en la vida que molestan, estorban y nos impiden alcanzar el premio deseado. La segunda parte, algo más floja, analiza elementos que nos pueden facilitar la felicidad. Libro de sencillo lenguaje y del que podemos aprender una barbaridad.

El segundo texto que quiero recomendar es la famosa Defensa de Epicuro de Quevedo. Con verbo agudo y fiero el escritor español pretende desenmascarar a los que han hecho lo que estaba en su mano por arruinar la importancia del pensador griego. “En ellos no fue ignorancia, fue gravamen a la culpa que tenían los que con sus imposturas le introdujeron en hablilla.”

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