El emperador de todos los males de Siddhartha Mukherjee

Llevamos ya dos meses de 2012 y todavía me quedan varios libros pendientes de reseñar del año anterior. Esto podría preocupar a algunas personas por no estar al día. Pero si vemos las cosas con perspectiva puedo también decir que llevamos ya 10 años de siglo y que todavía tengo pendientes bastantes libros del siglo anterior. De esta forma no sólo no me siento culpable sino que hasta me siento orgulloso del reducido retraso en este caso concreto. En fin, todo esto para decir que hoy vamos a hablar del ganador del Pullitzer de no ficción 2011 El emperador de todos los males, de Siddhartha Mukherjee.

Mukherjee es un doctor americano de origen hindú que reside en Nueva York. Ejerce su profesión en el Centro Médico de la Universidad de Columbia. Tras la publicación del libro la revista Time considera a Mukherjee una de las 100 personas más influyentes del momento y su libro El emperador de todos los males forma parte de los 100 libros más importantes en la categoría de No ficción desde 1923 Mukherjee es un reputado investigador. Precisamente esta experiencia y su lenguaje claramente divulgativo hace que sea muy fácil avanzar en la lectura del libro sin tener conocimientos médicos o académicos de ningún tipo.

El emperador de todos los males es. como su subtítulo indica, una biografía sobre el cáncer. Siddhartha Mukherjee pretende en este libro responder a las preguntas que todos los que no somos médicos nos hacemos sobre esta enfermedad. ¿En qué punto estamos en la batalla contra el cáncer? ¿Desde cuándo estamos batallando contra esta enfermedad? ¿Cómo ha sido la evolución de esta enfermedad y de la investigación? Estas y otras preguntas son las que Mukherjee responde a lo largo de esta exahustiva obra. Paralelamente a las investigaciones, Mukherjee nos cuenta la historia de una de sus pacientes, Carla Reed, desde su llegada al hospital para diagnosticarle la enfermedad hasta el tratamiento y las consecuencias del mismo.

Cada época tiene su enfermedad. En la Antigüedad era la lepra la enfermedad de los malditos y castigados de los dioses. La peste negra sacudió los cimientos de la Edad Media, llegando a propiciar los cambios que llevarían al fin de esta etapa histórica. En el Romanticismo cualquier poeta que presumiera de serlo debía de morir por tuberculosis. El siglo XX, y con el permiso de epidemias puntuales como la del SIDA (aún en activo pero con una medicación que previene la degeneración en el paciente), ha traído al cáncer a la pole position de las enfermedades. De hecho mucha gente cree que el cáncer es una enfermedad reciente. Nada más alejado de la realidad. Los expertos creen que la primera referencia a un tumor se encuentra en un documento escrito en el Egipto de los faraones. Pero si es una enfermedad tan antigua, ¿por qué no encontramos referencias a ella con más frencuencia en el pasado y por qué de repente aparece con tanto virulencia en nuestro siglo?

Mukherjee nos da tres razones por las cuáles se entiende que ahora el cáncer tiene más protagonismo que en el pasado. La primera es, paradójicamente, debido a la longevidad de la vida moderna. Antes la gente moría más joven, algunos posiblemente conteniendo en su cuerpo células cancerígenas que nos se habían desarrollado. No es arriesgado afirmar, por tanto, que la gente moría con cáncer pero no a causa de él. El segundo motivo es que ahora contamos con mejores métodos para detectarlo. El cáncer es una enfermedad con muchas caras y por tanto es posible que en el pasado en situaciones donde ya se había manifestado hubiera sido confundida por otra enfermedad por los médicos. Finalmente hay nuevos hábitos sociales, como la dieta alimenticia o fumar que han propiciado que en el siglo XX el número de cánceres diagnosticados aumentara respecto a siglos anteriores.

La batalla contra el cáncer es ciertamente fascinante, precisamente por las diferentes caras que posee la enfermedad. La primera herramienta que se usó para combatir en la enfermedad fue el bisturí. La manifestación visible del cáncer, ese temible bulto, hacía que lo normal fuera que los doctores se quitaran por la vía rápida el muerto de en medio. En los casos en los que el cáncer no había saltado a otros órganos funcionaba. Pero en otros nada. Eso hacía que algunos médicos realizaran verdaderas carnicerías para curarse en salud, dejando sobre todo en el caso del cáncer de pecho, cuerpos desfigurados y a veces esperpénticos. Algo parecido pasaba con la quimioterapia, la segunda arma con la que combatió el cáncer. Por un lado fue complejo descubrir la precisa combinación de venenos así como cuánto tiempo debía radiarse al paciente. Por otro las sesiones dejaban destrozado al paciente.

En la segunda mitad del siglo XX se enfrentó al cáncer de una forma diferente, no sólo desde la parte médica. La primera de estas nuevas formas la de concienciar a las personas acerca de la gravedad de la enfermedad. Se presionó a las cúpulas de poder para incluir el cáncer dentro de la agenda política. Los ciudadanos no entendían que se pudiera poner a un hombre en la luna y no se encontrara una solución para esta enfermedad. El segundo enfoque fue trabajar en la prevención, más que en la curación. Se estaba perdiendo el miedo a hablar del cáncer y ahora el tiempo de adelantarse a la aparición de la enfermedad. La parte de la batalla de los médicos contra las compañías tabacaleras, políticos y algunos científicos es apasionante. El último de los cambios fue restituir la dignidad de los enfermos: no abusar de la quimio, evitar hacer carnicerías en los cuerpos de los pacientes y no abandonar a los pacientes terminales como juguetes viejos al fondo del armario.

Podría parecer que todavía estamos en clara derrota frente a la enfermedad. Nada más lejos de la realidad. Desde las últimas décadas el número de muertes en los diferentes tipos de cáncer han descendido considerablemente. Además la prevención ha conseguido un nuevo aliado: la investigación genética. El cáncer es una enfermedad genética por lo que ahora podemos ir un paso por delante de la enfermedad. No nos es posible curar el cáncer pero si podemos retrasar su aparición en escena.